viernes, 24 enero, 2025

Un exitoso plan ya logró que cientos de jóvenes de pueblos del interior argentino lleguen a la universidad y no abandonen

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¿Qué lleva a 175 jóvenes de 18 años, de diferentes provincias del país, a dedicar todos los días de enero a recibir clases y estudiar más de 12 horas diarias, reunidos en una antigua quinta de las afueras de la ciudad de La Plata? ¿Por qué sienten que tienen que hacerlo antes de ingresar a la universidad? ¿Por qué 180 docentes, en forma voluntaria, dejan de lado sus vacaciones para dedicarse a darles clases y cómo logran captar su atención y motivarlos?

Desde chiquita, María Magdalena Cervera sabía que quería ser médica y miraba con admiración a la enfermera de la salita de Mayor Villafañe, un pueblo de 4500 habitantes donde ella nació, alejado 115 kilómetros de la capital de Formosa y a 60 kilómetros del hospital más cercano. En las tardes de calor, se quedaba bajo el algarrobo de su patio, escuchando las historias que esta enfermera le contaba a su mamá.

Pero al crecer, Maru, como miles de jóvenes que viven en pueblos y parajes remotos del país, sienten que se les deshilacha el sueño de tener la profesión que desean y se conforman con trabajar en lo que la realidad les ofrece. En el mejor de los casos, algunos se animan a estudiar docencia, enfermería o entran a las Fuerzas Armadas, a Gendarmería, a Prefectura, a la policía local.

Para poder dar una oportunidad a esos jóvenes, en 2013 Fundación Sí creó ”residencias universitarias”, un programa que cada año beca a 200 jóvenes como Maru. Los ayuda a que puedan vivir en la ciudad donde se encuentra la universidad que dicta la carrera que eligieron y les financian la vivienda, la comida y los costos de sus estudios durante toda la carrera.

Sin embargo y a pesar del apoyo que recibían, notaron que muchos de ellos abandonaban la carrera en los primeros años. Se dieron cuenta de que la causa del fracaso era la desigual e insuficiente educación recibida en sus escuelas secundarias.

“Si bien nosotros los acompañábamos en las residencias con profesores de apoyo”, dice María de Jesús Espil, voluntaria de la fundación, “notábamos que había un desconocimiento de cómo enfrentarse a los textos, de cómo estudiar, y nos dimos cuenta de que les faltaban conocimientos básicos”.

Por eso crearon el CBSI, un curso intensivo de nivelación, cuyo nombre juega con las siglas del CBC y el nombre de la fundación. Durante todo enero, de lunes a lunes, y durante 9 horas diarias, los ingresantes a las residencias reciben clases de Matemáticas, Física, Química, redacción, técnicas de estudio y contenidos afines a sus carreras.

En el campamento estudian, de lunes a lunes, todos los días de eneroMaría Bessone�

En un gran predio de cuatro hectáreas de la zona de La Plata, junto a 180 docentes voluntarios que también dedican sus vacaciones a esta misión y más de 50 voluntarios que cocinan, organizan, administran y transportan a los docentes diariamente, el CBSI es una “mini” universidad que abre el 1° y cierra el 31 de enero de cada año desde el 2023.

“Nunca tuve la exigencia y el nivel académico que tengo acá”, explica Maru, sentada en un banco de cemento bajo la sombra de un eucaliptus añoso, durante la pausa de la tarde. “Mirá que yo era abanderada”, resalta con orgullo y timidez a la vez, “pero durante estos días me doy cuenta de que sin todo esto que estoy aprendiendo, sería muy difícil empezar mi carrera”.

Esa desigualdad educativa con la que llegan a la universidad los jóvenes que viven en pueblos aislados y muchos de ellos muy vulnerables empeoró luego de la pandemia, según un informe de Argentinos por la Educación que muestra que en el decil más pobre, el 72% de los estudiantes del último año de la secundaria aspira a seguir estudiando, pero solo el 21% de los jóvenes de 19 a 25 años lo logra. Mientras que en el decil más rico el 95% quiere estudiar y el 51% efectivamente lo logra.

“Creo que el desnivel y la formación tan floja que traen muchos chicos se debe a muchas razones”, dice Luciana Carullo, voluntaria y docente de Matemáticas desde que se inició el CBSI en 2023, y añade: “Cuando en la etapa final de la selección les tomamos las pruebas de Matemáticas en forma presencial, algunos de ellos nos contaron que no tuvieron esa materia por uno o dos años. Falta de docentes, falta de clases, aulas multigrados en escuelas rurales o la aprobación obligatoria durante la pandemia y pospandemia son algunas de las muchas variables que los han perjudicado”.

Ulises Milla es de Charata, en la provincia de Chaco, y quiere ser ingeniero agrónomo para mejorar los rendimientos agrícolas en su zona y la economía del lugarMaría Bessone�

Isaac Farías es de Misiones, tiene 18 años y se recibió de técnico informático en la Escuela Técnica N°4 de Puerto Iguazú en 2024. Es otro de los becados por la fundación y en febrero ingresará a estudiar Tecnicatura en Informática en la UTN de la Ciudad de Buenos Aires. Mientras repasa para el parcial de Matemáticas que tendrá a la tarde, dice: “Acá aprendí Física, nunca había tenido esta materia. Tendríamos que haberla cursado en tercer año, pero el profesor tuvo problemas, estuvo ausente todo el año y nos aprobó a todos. Yo vine acá sin una idea clara de lo que era y acá aprendí todo lo que sé”.

Durante su viaje en ómnibus desde Misiones a Buenos Aires, se asombró al ver que la tierra dejaba de ser roja a medida que se acercaba a la ciudad. “Por la ventana miraba cómo iba cambiando el paisaje y noté que acá no era roja”, dice entre risas y exclama: “¡Para mí, la tierra era roja en todos lados!”.

Los chicos que participan del CBSI conviven por primera vez con muchas personas desconocidas. La mayoría nunca había salido de sus provincias, algunos ni siquiera de sus pueblos. “Nunca salí de Formosa”, dice Maru con su suave tonada del lugar. Habla castellano y guaraní y aprovecha a resaltar las muchas palabras que tienen su origen en esa lengua. Es una experiencia nunca vivida para ellos, que vienen de poblaciones pequeñas y de casas que, en muchos casos, están separadas por kilómetros de monte, estepa, llanura o desierto.

Isaac es de Misiones y se recibió de técnico informático en la Escuela Técnica N°4 de Puerto Iguazú en 2024, sin embargo, reconoce que le faltaron ver muchos contenidos: “Nunca tuve Física»

Maru es la única entre sus compañeros de secundaria que se fue del pueblo a estudiar a otra provincia y dice que sus amigas “quieren estudiar, pero solo lo pueden hacer de manera virtual” porque la mayoría no puede pagarse un alquiler y los costos que implica estudiar en otro lugar. “Todos los jóvenes de mi pueblo quieren salir adelante y progresar”, añade, “pero la realidad económica no lo permite. Yo sé que este es un sueño que estoy cumpliendo gracias a este programa y lo vivo como un privilegio”

La rutina diaria incluye una serie de tareas de limpieza y actividades de convivencia, programadas en grupos que se alternan de acuerdo a una planilla escrita a mano y colgada en una de las paredes de la cocina. Limpiar los cuartos, los baños, lavar los platos y servir la mesa para alrededor de 250 personas les permite organizarse y conocerse también. Lo único que no tienen a cargo es la cocina, de la que se ocupan diferentes voluntarios todos los días. Grandes ollas que echan vapor al fuego de las hornallas, en días que rondan los 35 grados, no logran quitarle la sonrisa a estos voluntarios que, como los docentes y todos los miembros de la Fundación Sí, no reciben ningún ingreso por hacer esto.

“Uno viene a ofrecer un montón de cosas y te llevás mucho más de lo que traés. Lo que ellos te dan, su experiencia, saber que se fueron de la casa y dejaron todo sin saber bien qué era, a dónde venían y con quién se encontrarían… Es difícil de explicar este sentimiento, pero me conmueven mucho”, dice Luciana Carullo mientras alterna su charla respondiendo consultas a alumnos que se acercan a preguntarle dudas.

Hace 12 años, la primera residencia universitaria nacía en Santiago del Estero gracias a Néstor, un joven que se acercó a Manu Lozano, director de la Fundación Sí, para describirle la difícil realidad de estos jóvenes que el sistema olvida. Hoy las residencias son 26 a lo largo de todo el país, gracias a donaciones y préstamos. Por ellas han pasado 1.500 estudiantes, de los cuales 96 ya están graduados y pasan por el CBSI para contarles sus experiencias a los chicos. Néstor es hoy ingeniero agrónomo y se sumó como voluntario de la fundación.

Maru quiere volver a su pueblo, Mayor Villafañe, como médica, porque allí necesitan profesionales: la salita es el único centro médico del lugar y el hospital más cercano está a 60 kilómetrosMaría Bessone�

Una de las prioridades es que ellos elijan la carrera que soñaron seguir y la única limitación que podemos encontrar es no tener vacantes en las residencias de las ciudades donde esas carreras se dictan”, dice María de Jesús Espil y aclara que las universidades a las que se inscriben son todas públicas.

Eceba Díaz viene de una comunidad wichí en El Potrillo, provincia de Formosa. Tiene 17 años y va a estudiar Profesorado en Letras en la Universidad de Formosa para poder enseñar español a su comunidad. Ulises Milla es de Charata, en la provincia de Chaco, y quiere ser ingeniero agrónomo para mejorar los rendimientos agrícolas en su zona y la economía del lugar. Aymara Miranda tiene 18 años y es de Pareditas, un pequeño pueblito de 2000 habitantes en la provincia de Mendoza, donde no hay médicos por eso ella va a estudiar Medicina en la Universidad Nacional de Rosario para volver a su pueblo y ejercer allí.

“Son como esponjitas”, dice Carullo, porque “te agarran en todo momento para que les sigas explicando, están muy entusiasmados. Me emocionan sus ganas, su valentía de dejar todo atrás y sus historias. Uno sabe que están cambiando el rumbo de sus vidas porque la mayoría son primeros universitarios de la familia”. Enero es un mes fundamental para estos jóvenes porque saben que todo lo que están haciendo acá les facilitará avanzar con comodidad al comenzar sus carreras.

“Se notan las diferencias entre los que hicieron el CBSI desde hace tres años y los que no lo hicieron”, sigue Carullo y explica que la primera reacción de los chicos ante materias como Física es “yo no puedo, no lo vi, no puedo”, pero agrega que “el cambio que hacen en un mes es enorme. Una chica arrancó llorando y el primer año universitario promocionó todas las materias”.

Los jóvenes reciben clases de Matemáticas, Física, Química, redacción, técnicas de estudio y contenidos afines a sus carrerasMaría Bessone�

Una de las premisas más importantes que les proponen en el CBSI es que se sientan orgullosos de su origen y que vuelvan a sus pueblos o parajes para mejorar las condiciones de vida del lugar con sus profesiones.

Isaac quiere ayudar a su familia a mejorar su situación económica y calcula que en tres años, cuando esté recibido, podrá aportar para los estudios universitarios de sus hermanos de 12 y 15 años. Maru quiere volver a Mayor Villafañe como médica, porque allí necesitan profesionales. La salita es el único centro médico del lugar y el hospital más cercano está a 60 kilómetros: “Amo mi pueblo, me gustaría ayudar a mucha gente de allá, faltan profesionales y vi a mi mamá pasarla mal por eso. Esto es lo que me motiva día a día”.

Cada 40 personas que se comprometan a donar $2.500 por mes, la Fundación Sí puede sostener a un estudiante en sus residencias universitarias. Si querés colabrar, podés, hacerlo desde el sitio web de la fundación.

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