Puede que la vida no sea circular, pero cada vez me convenzo más de que es espiralada.
Una vez, hace unos 16 años, fui a una muestra de artes electrónicas al Centro Cultural Recoleta. Llevaba en brazos a mi hijo de meses. Nos detuvimos en una obra que vibraba hacia el final de la sala: luces y tonalidades entre azules y lilas, signos astronómicos y astrológicos, magia lumínica que se expandía sobre una plataforma instalada en el piso. Al bebé le brillaban los ojos, supongo que a mí también, y atenta a eso, una mujer, sonriente y de largo pelo oscuro, me dijo: “Podés dejarlo gatear sobre la obra, no hay riesgos”. Era Fabiana Barreda, autora de la pieza y promotora involuntaria de una de las fotos más lindas de mi hijo en su temporada bebé: un muñecote sonriente, feliz entre luces de colores y signos que vaya a saberse qué le decían, pero entre los que se desplazaba, encantadísimo.
«En las salas donde se exhibe Este es mi lugar, los sitios recreados son diversos espacios de la Argentina, transmutados por las vivencias, la mirada, las cámaras y las intervenciones de cada creador»
Pasó el tiempo –mucho tiempo–, por esas cosas que nadie dispone me alejé del mundo del videoarte. Hasta que el viernes pasado, un poco casualmente, visité Este es mi lugar, muestra de videoarte contemporáneo curada por Rodrigo Alonso, que se expone por estos días en el CCK. Fue como encontrarse con un viejo amigo: después de tantos años, volví a disfrutar de un lenguaje –imagen en movimiento, texturas digitales, experimentación, hibridación, permiso para la fantasía, apertura para el testimonio o el registro documental– que durante algún tiempo formó parte de mis paisajes cotidianos.
Precisamente, la muestra del CCK indaga en el costado más íntimo de eso que podría llamarse “territorio”. En el texto curatorial, Rodrigo Alonso explica: “Lugar no es sinónimo de espacio. A diferencia de éste, el lugar es un ámbito relacional en el cual confluyen territorios, acontecimientos, memorias, vínculos, emociones, afectos. Todos buscamos, anhelamos, construimos un lugar en el mundo, desde las circunstancias específicas en las cuales nos ha tocado nacer y existir”.
En las salas donde se exhibe Este es mi lugar, los sitios recreados son diversos espacios de la Argentina, transmutados por las vivencias, la mirada, las cámaras y las intervenciones de cada creador.
Así, asoma un hallazgo: Estudio para horizonte en plano general, un video de Federico Falco, a quien en general asociamos con los territorios de la literatura (sí, el autor de los libros Los llanos, 222 patitos, Un cementerio perfecto), y que aquí se descubre como alguien que también indagó en la llanura argentina –su gran tema– desde el costado de lo audiovisual.
O emergen, deslumbrantes, las pantallas de Señales/Volver a sentirnos o Señales de humo para otros mundos, o Señales de humo para otros mundos/La distancia entre nosotros, de la santacruceña Patricia Viel: obras hipnóticas, plenas de la belleza ruda de la Patagonia y del difícil interregno entre la pura naturaleza y el quiebre que la intervención humana siempre, para bien o para mal, supone. Y más: entre otros, Walter Tolaba y el entorno catamarqueño, Soledad Dahbar y minas abandonadas en Salta, Maia Navas y la puesta en juego de las palabras de Borges y la tierra correntina.
Iba avanzando, territorio tras territorio, hallazgo tras hallazgo, hasta que, sobre la pared de una de las salas, me encontré en zona particularmente conocida. Una videoinstalación de Fabiana Barreda hecha en 2007, incorporada a esta exhibición como parte de los territorios donde lo urbano dialoga con lo natural.
Todo un reencuentro: música de Rosario Bléfari, porte y sonrisa de la modelo, la bailarina Andrea Servera, poética visual de Barreda. Me senté en uno de los bancos dispuestos frente a las obras; tenía ganas de dejarme envolver por ese inesperado viaje temporal. En el mismo banco, una mujer de largo pelo oscuro me miró y sonrió. Nos reconocimos. La felicité por la obra, me preguntó por mi hijo. La vida, ese extraño camino que avanza en espiral.