Ayer, frente a la puerta de Tribunales en su ciudad, Villa María, Córdoba, Rodrigo Aguiar Alessio (29) se sacó una foto que compartió en su cuenta de Instagram. “Miércoles de audiencias, de seguir trabajando por el derecho a la adopción. Días como los de hoy reafirman aún más la elección de la profesión que quiero para mi vida”, escribió el joven, que está en cuarto año de la carrera de abogacía. Y sumó: “Hay algo que me impulsa a seguir firme y tenaz en querer mi título: tantos niños que aún esperan la misma oportunidad que tuve yo hace 29 años: tener una FAMILIA”.
Rodrigo acababa de salir de una audiencia por un juicio de adopción de un chico de 8 años en la que participó como testigo de la familia adoptante y, junto a otro abogado, en la asesoría legal. Durante el encuentro, el equipo de la jueza le preguntó qué cambios había notado en los últimos meses en ese pequeño, que como la inmensa mayoría de los chicos y las chicas que llegan a la adopción, lo hizo luego de haber atravesado violencias y vulneraciones de todo tipo.
“El primer cambio que vi en él es en la mirada: como otros chicos que sufrieron maltratos, llegó con los ojos tristes, sin sonrisa, y con el tiempo vi una mirada alegre, con confianza. Notás cómo se van abriendo, dejando de hablar con monosílabos o de decir lo justo y necesario, para ir contando su historia y las cosas que vivieron. Es muy fuerte cuando empiezan a contar todo lo que les pasó y lo hacen cuando se sienten afianzados en un círculo de mucha confianza y seguridad”, testimonió Rodrigo ante el tribunal.
Hoy, en el Día Internacional de Lucha contra el Maltrato en la Infancia, Rodrigo, que es hijo por adopción y presidente de la Fundación Adoptar Villa María, afirma: “Sufrir abandono y maltrato en la niñez es una herida que queda para siempre. Yo fui adoptado a los dos meses de vida y aún hoy, con 29 años, las heridas están, duelen y a veces se hacen más presentes. En mi caso, sufro el miedo al abandono en los vínculos. A veces la gente me dice: ‘Che, ya estás grande’. Pero ese dolor sigue estando. Es un proceso que dura toda la vida”.
En ese contexto, uno de los objetivos de la organización que preside es acompañar a las familias por adopción para que puedan sostener y acompañar a esos niños, niñas y adolescentes a reconstruir su vida. “Nos encontramos con historias muy duras, con heridas constantemente presentes que hay que ir trabajando durante los procesos, porque se van a ir manifestando en la familia adoptiva de diferentes maneras”, cuenta Rodrigo. Y ejemplifica: “Tuvimos el caso de un niño que había sido quemado con cigarrillos y sufrido mucha violencia en general. Esos traumas hicieron que incorporara la violencia como modo de relacionarse, porque era lo que había aprendido. Hubo que hacer un trabajo muy arduo con los padres adoptivos para revertir esas situaciones y restituir sus derechos”.
La violencia en la infancia y adolescencia es una problemática que no da tregua. Durante 2022, en la Argentina, de los llamados recibidos en la línea telefónica 102, especializada en la promoción, asesoramiento y contención sobre los derechos de niñas, niños y adolescentes, 23.770 casos tuvieron una gravedad tal que requirieron la intervención del Sistema de Protección Integral de Derechos.
Por otro lado, el 21,3% de las llamadas recibidas por situaciones de violencia fueron por maltrato físico, el 15,5% por negligencia, 7,5% por abuso sexual y un 3,7% correspondió a niñas, niños y adolescentes que fueron testigos de violencia. Las cifras se desprenden de un informe (el último disponible) difundido en febrero del año pasado por el equipo de la entonces Secretaria Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (SENAF).
En cuanto a la adopción, Rodrigo explica: “Cuando se da el encuentro con la familia adoptiva, hay un choque muy grande entre la expectativa de los adultos de ser papás y la realidad de ese niño que viene totalmente roto, herido y vulnerado”.
Rodrigo es “misionero de origen y cordobés por adopción”. Nació en la ciudad de Bernardo de Irigoyen, Misiones, y cuando tenía dos años fue adoptado y se instaló en Villa María. Tiene dos hermanos: Pablo (39), que es hijo biológico de sus papás y quien tiene una discapacidad intelectual; y Nicolás (28) que al igual que él fue adoptado.
“Desde muy chico siempre fui consciente de mi historia porque mis papás así lo quisieron y se valieron de varias herramientas para explicarme mi origen desde que yo era muy chiquito. Con mi hermano Nicolás pasó lo mismo. Y poco a poco fuimos incorporando nuestra historia”, reconstruye.
Hoy, guarda su expediente judicial en su biblioteca: “Cada dos por tres vuelvo y lo leo. Lo llamo ‘el libro sin fin’ porque siempre me encuentro con algo nuevo y me ayuda a refrescar mi historia, a encontrarme y responder preguntas”, cuenta Rodrigo, que este año va a publicar un libro para compartir su experiencia.
En nuestro país, el 59% de las chicas y los chicos entre 1 y 14 años experimenta prácticas violentas de crianza, mientras que el 42% sufre castigos físicos, incluyendo formas severas como palizas y golpes con objetos. Por otro lado, el 51,7% padece agresión psicológica como gritos, amenazas, y humillaciones, según la última Encuesta Nacional de Niños, Niñas y Adolescentes llevada a cabo por UNICEF Argentina entre 2019 y 2020.
En 2016, a través de un medio de comunicación local, Rodrigo supo que en su ciudad se había formado un grupo autogestivo de padres: Adoptar Villa María. En ese momento él estaba en Río Cuarto estudiando para ser sacerdote y se comunicó para contarles su historia. A partir de ahí, algo se encendió dentro suyo: “Sentí que yo también quería acompañarlos”. Un año después, dejó el seminario y, en septiembre de 2018, volvió a reunirse con el equipo, que se había convertido en la Fundación Adoptar Villa María, y les propuso sumarse.
El anhelo de capacitarse para realizar esa tarea de la mejor manera posible, lo llevó a estudiar abogacía: “Quería defender los derechos de los chicos y las chicas a tener una familia, involucrarme más allá de mi historia”. Hoy trabaja con un abogado llevando procesos judiciales de adopción. Además, colabora con organizaciones sociales a nivel nacional y junto con otros hijos adoptivos formaron un grupo que busca acompañarse en un proceso que dura toda la vida. “Se llama ‘Adoptarme’, porque creemos que la adopción no sólo pasa por nuestros papás para con nosotros, sino con poder adoptar nuestras historias, heridas, presente y futuro”, dice Rodrigo.
Volviendo a la fundación que preside, su objetivo es informar y acompañar procesos de adopción, derribar mitos e impulsar a las familias a tener una “espera activa”. “No es lo mismo anotarse para adoptar y quedarse esperando a que te llamen, que empezar a compartir encuentros y charlas con profesionales y otras personas en la misma situación, donde uno va adquiriendo herramientas para lo que se viene”, sostiene.
En los adultos que están atravesando la espera o un proceso de vinculación con un niño o niña, Rodrigo ve dos denominadores comunes: la ansiedad y el miedo de no saber cómo abordar las problemáticas que vayan surgiendo: “Cuando aparecen las crisis y empezamos a escarbar, la raíz siempre está en las heridas que traen los chicos. Uno debe ser consciente que vienen con una historia que no podemos cambiar, pero los papás también tienen la propia: son dos historias que se juntan y el desafío es construir una nueva”.
Hoy, el futuro abogado siente que está en el lugar que debe estar: “Creo que mi historia y mi adopción sirvieron para que pueda tender puentes y seguir luchando para que otros niños que no tienen voz tengan una familia”.