lunes, 14 octubre, 2024

Espionaje ilegal: volvieron los horribles, y ahora se desatará una guerra de contrainteligencia

Enorme, caminaba por la redacción arrastrando levemente una de su piernas y se detenía frente a la ventana sin vidrio detrás de la cual trabajábamos los integrantes del equipo de investigación de Clarín: «¿Pueden averiguar qué dicen los horribles de esto?» Julio Blanck jugaba con sus manos sobre el falso marco y soltaba su orden con una sonrisa que rompía el cerco de su barba candado. Y eso era todo.

«Los horribles» era el adjetivo bajo el cual Julio clasificaba a espías profesionales y aspiracionales, punteros barriales o sindicales, operadores políticos, secretarios y choferes de medio mundo y de toda la vida, viejos funcionarios retirados a un segundo plano pero con muchos hilos en sus manos y contactos en sus agendas, mozos e inocentes empleados judiciales que nunca ascienden pero tampoco desaparecen. «Esto», era la noticia que ese día había conmovido al país y movilizado a todos los periodistas a cubrirla desde todos los ángulos posibles.

En un imprescindible libro que homenajea a Blanck con su título -«Los Horribles», por supuesto- Gerardo Young, uno de quienes escuchábamos aquellos pedidos de información profunda y desprovista de adornos, retrató con pericia el trabajo de esos ruines albañiles de la política.

De lealtades sucesivas, lábiles y superficiales, sin más horizontes que una paga suculenta -en dinero, especies, cargos y sobre todo más poder de influencia- y con una copiosa cuenta corriente de favores que se hacen y se deben, los horribles atesoran secretos de medio mundo, frecuentemente exageran o inventan la información que dicen tener y juegan en todos los tableros de la política con el desparpajo que les garantizan sus cables enchufados en lo más alto del poder. Pero hay un precio: el día que algo falle, nadie los reconocerá y su vida valdrá peniques.

El espía Zanchetta, un «bolsero» de inteligencia ilegal

El hombre de la hora, Ariel Zanchetta, es un prototipo perfecto de «horrible»: transeúnte de los zócalos políticos y judiciales, mano de obra voluntaria o reclutada para operaciones sucias a favor y en contra de jueces, funcionarios y periodistas -aún de aquellos a los que trataba- explotó esa versatilidad como si fuera invulnerable.

Luego de un oscuro paso por la Policía Federal, el espía convirtió su hogar en Junín en una gigantesca biblioteca de información prohibida respecto de miles de personas y hechos. Su voracidad por acumular archivos, chats personales, fotos y videos íntimos se alimentó con un uso obsceno de las bases de datos a las que había logrado acceder gracias a sus contactos con funcionarios públicos y agentes de inteligencia «oficiales».

Ese detalle es una de las cerraduras que lograron vulnerar el fiscal Pollicita y su equipo, con la supervisión del juez Marcelo Martínez de Giorgi: aunque Zanchetta trabajó siempre como un «bolsero» del espionaje ilegal, traficando informes, carpetas y datos -además de prohibidos muchas veces desmesurados o directamente falsos- en todos los sentidos y tocando cualquier timbre, la justicia logró probar que al menos entre 2009 y 2015 reportó de forma constante y periódica a la entonces Secretaría de Inteligencia, hoy rebautizada como Agencia Federal de Inteligencia (AFI).

Esa conexión rompió la Matrix: el exsargento juninense, y decenas de Zanchettas que trabajaron y trabajan como espías en las orillas del Estado y también de la ley, funcionan como «cortafuegos» de la Inteligencia interna prohibida: en ellos se tercerizan las tareas más oscuras de la AFI, entregada abiertamente a perseguir a opositores, magistrados y periodistas.

Además de identificar al menos a tres agentes formales que interactuaban con Zanchetta de forma habitual encargándole trabajos y ofreciéndole claves y usuarios para acceder a bases de datos restringidas -que luego el bolsero usaba para crear y engordar «carpetas» con las que ofrecía sus servicios a terceros-, la justicia detectó intercambios dudosos con al menos dos funcionarios kirchneristas: el diputado Rodolfo Tailhade y el directivo de la AFIP y alto cuadro de La Cámpora Fabián «Conu» Rodríguez.

Es entonces cuando ese irregular crisol de apuntes, imágenes, chimentos y averiguaciones subterráneas de circulación y uso permanente emergen a la superficie de la política con un objetivo concreto y excluyente: atacar con cualquier herramienta posible a los jueces que juzgaron, juzgarán o revisarán las condenas de Cristina Kirchner por corrupción. Empezando por el intento de juicio político a todos los integrantes de la Corte Suprema de Justicia, que tendrán la última palabra en aquellos expedientes.

Maniobras de contrainteligencia y un desafío para los jueces

De las cantidades oceánicas de información personal y de origen ilegal descubiertas en los dispositivos de Zanchetta, Pollicita y Martínez de Giorgi deberán seleccionar y eventualmente presentar como prueba aquella que sirva para demostrar el despliegue de una red de espionaje estatal y paraestatal destinada a violar la intimidad de jueces y fiscales que han sido vigilados y cuyos teléfonos fueron hackeados.

El dictamen de la fiscalía identificó a Tailhade y Rodríguez como usuarios de los datos del espía detenido, con ese objetivo: alimentar supuestas operaciones para presionar y desestabilizar a los testigos que desfilaron ante la Comisión de Juicio Político de Diputados que intenta barrer con la cabeza del Poder Judicial, o directamente para construir «causales» para ese juicio en base a supuestos chats hackeados.

La justicia también posó su mirada en los encargos específicos que el poderoso directivo de la AFIP y ex capo de la agencia estatal de noticias Télam le hizo al espía Zanchetta, para reunir y organizar información personal sobre la ministra de Desarrollo Social Victoria Tolosa Paz, y los adversarios políticos de La Cámpora en distritos como Lanús y Hurlingham. Tarea financiada con fondos públicos.

Un detalle ayuda a comprender quién es quién en esta historia: mientras que el señor «Conu» Rodríguez, inhallable durante cinco días, reapareció en Comodoro Py con un abogado carísimo, el espía Zanchetta sigue preso desde junio y pide que le lleguen remedios que necesita. Lo dicho, no hay piedad con «los horribles» cuando son descubiertos.

Pero el cada vez más transparente operativo K a todo o nada para atacar a los jueces que entienden en las causas contra Cristina está tapado por la hojarasca que levantó el espía con sus 1.196 «carpetas» de inteligencia ilegal, con supuesta información y sobre todo conversaciones e imágenes privadas de cientos de personas públicas.

Esa manada de elefantes ofrece la coartada ideal para esconder a aquel primer y verdaderamente peligroso paquidermo: la lluvia de pedidos al juez Martínez de Giorgi para sumarse al expediente como querellantes, por parte de supuestos espiados por Zanchetta, abrirá decenas de incidentes, reclamos de nulidades, recusaciones y las mil trampas procesales diseñadas -y utilizadas con éxito- para que la justicia no llegue nunca.

Otra canilla podría ser abierta en cualquier momento: la que empiece a difundir aquellos datos incómodos reunidos por el expolicía preso o cualquier otro de los horribles que trabajan para el gobierno y su cosmos de funcionarios, medios, «periodistas», tuiteros y militantes adictos.

La maniobra, descripta en la introducción de cualquier lección de contrainteligencia, intentaría llevar la discusión de los hackers y el espionaje a los jueces y ministros de la Corte a la más liviana -pero atractiva- chismografía por videos sexuales, chats de políticos y famosos y otros escándalos lejanos a cualquier delito.

Ese es uno de los tantos desafíos clave que tiene hoy la justicia: preservar el inmundo tesoro secuestrado en los allanamientos de cualquier filtración que desmerezca y tire por el suelo su trabajo en un caso tan delicado como explosivo.

¿Los que sean aceptados como querellantes podrán acceder al contenido de los informes que Zanchetta redactaba sobre ellos, o también fisgonear en la intimidad de los demás espiados? ¿Esa privacidad violada por el espía será debidamente protegida por sus investigadores, o estará a merced de cualquiera? Estas preguntas preocupan en Comodoro Py, donde se extreman los cuidados para que no escape ni un solo dato que no sea estrictamente referido al objeto de la investigación penal.

Afuera, en los pasillos y los bares, los despachos y los grupos de WhatsApp, los horribles siguen trabajando a todo vapor. Ahora también deben salvar a sus jefes inundando con información falsa, rumores y teorías conspirativas el trabajo que avanza en las oficinas de Pollicita y Martínez de Giorgi.

Entre ellos hay dos menos. El espía Zanchetta, aislado en una celda de Marcos Paz. Pero también otro operario de aquellos jamás iluminados sótanos de la democracia: Julio «Chocolate» Rigau.

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