martes, 15 octubre, 2024

Murió Edi Zunino: un periodista honesto hasta los huesos, rudo y afectivo

Edi estaba rodeado de policías aeroportuarios norteamericanos. Yo volvía de Princeton, donde había dado una conferencia: “La seducción de la barbarie”. Cambiaba de avión en Miami, y siento -insólito- la voz de José Luis Cabezas altisonante:

-¡Qué hacés chabón!

-¿Qué hacés acá loco?

-“Vengo de Nicaragua, de cubrir la guerra con Edi. Pero no vas a subir a ese avión a Buenos Aires, está roto”.

-¿Y Edi dónde está? Le pregunto con mi academicismo ya borrado por la realidad y la adrenalina del periodismo y de nuestras locuras.

-Está en cana.

-¿Cómo en cana la p…que..te..p”

-No tenía Visa, qué sé yo, se rompió el avión y ahora hay que dormir acá y a él se lo llevan a una cárcel.

-Diosssss.

Me acerco a la guardia que rodeaba a Edi. Les explico que no deben apresarlo, que no pensaba pernoctar en los Estados Unidos…

Fue en vano. Se lo llevaron.

José Luis y yo (me llueven las lágrimas por él también, por supuesto) dormimos en un hotel.

Llegamos a la mañana al aeropuerto y Edi no aparecía. Nos dijeron que ingresemos al avión y que ya vendría pero no venía.

Cabezas protestaba. Cerraban la puerta del avión. Y José Luis puso uno de sus pies en la manga y la otra dentro del avión. La manga se alejaba de la nave, y las piernas de José Luis se arqueaban hasta la colisión casi.

-¡No nos vamos hasta que no aparezca nuestro amigo! gritaba Cabezas.

-El comisario de a bordo me dijo a mí: “No es aquí donde desaparecen las personas”.

Y de pronto, Edi Zunino trotando a full por la manga, acompañado de unos marines o algo por el estilo llegó y saltó adentro del avión.

Y entonces tomamos muuucho champagne los tres hasta llegar a Buenos Aires.

Cuando mataron a José Luis, Edi fue uno de los que más luchó para esclarecer el hecho y para rendirle homenaje.

Eramos los tres hinchas de Independiente, y Edi habló con los jugadores, en rigor con uno de ellos, Rotchen, un gran central dicho sea de paso, y gracias a sus gestiones ingresamos al estadio, al césped mismo, con un gran estandarte: “No se olviden de Cabezas”. Aplaudian desde los cuatro costados.

Había ido a la misma escuela que yo en Ramos Mejía, o tal vez no, pero en Ramos seguro, pero ya no está para preguntarle.

Con Tato Young, en el 2000 hicimos un programa de TV loco. Se llamaba “Es el poder, estúpido”.

Bajábamos de un estudio en la calle Córdoba, salíamos en vivo y subíamos manifestantes al aire. Se caía el país. Como siempre.

Terminaba el 2000 y era Navidad y Edi, dijo. “A pesar de todo, feliz Navidad”. Tengo el video.

Edi era muy afectivo, pero seco. Rudo al aire.

Con Tato y él nos reuníamos antes del programa en un bar de enfrente al estudio. Tomábamos cerveza, nos reíamos, nos lanzábamos inexpertos al aire.

Fuimos felices.

Últimamente confrontaba mucho y no le importaba caer simpático o lo contrario.

Era como era sin máscaras. Era honesto hasta los huesos. Nadie se imagina cuánto.

Le habían ofrecido dinerales para comprarlo, para torcer su rectitud editorial.

Los grabó mientras le proponían deshonestidades. Se arriesgó por exhibir la corrupción de los otros. Y la exhibió.

Venía de la izquierda, del partido Comunista. Pero era mucho más que una etiqueta política.

Había fundado junto a Gustavo Gonzáez, Jorge Fernández Díaz y Darío Gallo, la revista “Retruco”. Era una quijotada en tiempos de Dictadura. Quebraron por supuesto, como me dijo Jorge Fernández Diaz, pero “Retruco” no quebró. Es un viaje a la semilla de periodismo que sobrevivió, que creció y que a la vez, afortunadamente, se mantuvo adolescente en ideales.

Apareció Edi un día en la revista Noticias, y no le gustaba que le corrigieran las notas. Es que tenía razón. No había que corregirlas.

Públicó cuatro libros. “Patria o medios” en 2009, “Periodistas en el barro”, en 2013, y “Cerrar la grieta”, en 2015. También una novela: “Locos de amor, odio y fracaso”.

Me cuentan que estaba escribiendo ahora un libro sobre su experiencia con la enfermedad devastadora.

No te devastó hermano. Te quedás acá en el alma de tus amigos.

Chau hermano.

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