¿Haberse transformado en un sigiloso museo de la Ciudad lo convertirá, inmediatamente, en uno de esos secretos mejor guardados? Ni la Noche de los Museos tiene noticias del, valga la redundancia, Museo del Hospital de Clínicas.
Córdoba 2351, diez peldaños arriba. Leemos “Guardia», leemos “Biblioteca”, leemos «Oficina de Informes». Ahí nomás, dos policías custodiando la puerta desde una mesita.
-Perdón, ¿el museo dónde queda?
-Uy, la pucha, el museo…
El señor de la ventanilla de Informes, capaz de decir de memoria los horarios de cada uno de los servicios, en este caso no sabe, no contesta. “¿Buscás el museo? Por acá por favor”, nos dice la voz de una mujer alta. Más escaleras arriba. Pasillo largo.
Entre la fascinación y el horror, la sorpresa o la lamentable familiaridad, los museos de Medicina te mantienen alerta. Llegás pensando: ¿Vamos a ver un órgano enfermo conservado en formol? ¿Cálculos biliares del siglo XV? ¿La lombriz solitaria de algún prócer? ¿Exhibirán alguna célebre tuberculosis pulmonar?
El museo tiene visitas guiadas por sus médicos los días martes. Foto: Gentileza Hosptal de Clínicas.
El museo del Clínicas es un recinto de madera y calidez que en un parpadeo podés confundir con una ferretería del siglo XIX.
Hay un escudo de bienvenida que es el mismo que tuvo el Hospital cuando se fundó, en 1881. Al lado, una de esas campanas de recreo a lo Jacinta Pichimahuida. Cuesta ubicarse. Por suerte hay un montón de médicos muy bien dispuestos. Uno es el doctor Eduardo Scarlato, director del museo.
Llama la atención un libro de ingreso de pacientes. Manuscrito. De 1882. «¿Ves ahí?», nos dice el médico que hace las veces de guía. “Es uno de los primeros pacientes que tuvo el nosocomio. Ingresó en abril de ese año. Se llamaba Donato Lomando, nacionalidad italiana, soltero, 28 años, jornalero de oficio. Lo atendieron porque presentaba síntomas de “Nostalgia”.
-Linda enfermedad, ¿no?
-Lo diagnosticaron así. Podés leerlo con tus propios ojos. Hoy día el diagnóstico preciso sería «depresión».
-¿Por qué dejó de llamarse «nostalgia”.
-No sé, bueno… quizás estaba enfermo de nostalgia y fue un análisis más que adecuado. Italiano: debía extrañar su país.
El Hospital de Clínicas, cuando abrió, era sólo un hospital de hombres. El lugar es como pasear por una civilización desconocida. Ya en los pasillos se exhiben unos cuantos posters alusivos que crean clima de colección. El mismo libro de Guardia hoy se viralizaría y rodarían cabezas. Figura además el caso de un chico de 12 años que está anotado como «sirviente» e «indígena» en lugar «argentino».
En ese entonces, parece, se registraba a las personas por su color: B (por blanco) N (por negro) Pdo (pardo).
Gracias a la buena voluntad
Más de 140 años en la muestra permanente que se inauguró varias veces. Andrés Ferrero, director adjunto de Atención Médica del Hospital, dice que todo esto depende de la «buena voluntad» de un grupo de gente que, hace años, viene revisando los subsuelos infinitos de una institución donde se fue acumulando instrumental, muebles, fotografías, documentos.
”Estamos hace mucho tratando de darle forma. Venimos recuperando material. Tuvimos varias inauguraciones, pero puede decirse que hace un año, a través del impulso de la Asociación Médica del Hospital de Clínicas, se pudo avanzar…»
El Clínicas era noticia por los problemas en los ascensores. “Cayó un ascensor en el Hospital de Clínicas José de San Martín de la ciudad de Buenos Aires”. “Por la caída de un ascensor en el Hospital de Clínicas, la UBA deberá indemnizar a una enfermera”.
La pandemia, coinciden los médicos, dimensionó el valor de la atención pública desde otro lugar, de otra manera.»Eso fue un impulso fundamental para reactivar la idea del museo propio», dicen.
Una silla de ruedas de finales del siglo XIX hecha de esterillas, que podría ser parte de la colección de arte de Amalia Lacroze de Fortabat. La camilla del doctor Mariano Castex, ahora mismo calle en varias ciudades, hospital hematológico y avenida principal en una localidad bonaerense.
«Es un buen momento para que el hospital también sea un museo», opinan los médicos.
La primera operación filmada de la historia
Escuchamos que Posadas fue un doctor muy prestigioso. Alejandro Posadas, médico y cirujano argentino. Además de usar un bigote formidable, el hombre filmó la primera operación quirúrgica de la que se tengan noticias. “¡La primera a nivel mundial!”, remarcan durante el recorrido.
“Esto fue en 1899 y se hizo posible gracias a los hermanos Lumière”, que habían inventado el cine cuatro año antes, en 1895. «En esa época se operaba a mano pelada, sin guantes», observa el doctor Damián Zopatti, subdirector del museo. Las imágenes se pueden ver como en una función de cine en continuado.
Es un dato genial porque esa intervención de 1899, con Posadas al frente, está considerada como la primera película argentina de la historia y, además, uno de los primeros documentales médicos de la cinematografía mundial.
Fue una hernia inguinal. El camarógrafo francés utilizó un aparato llamado Cronofotógrafo Elgé, desarrollado por Leon Gaumont, el mismo del cine que está en la zona de Congreso. La película, de menos de dos minutos de duración, se extravió y fue rescatada por el Hospital de Clínicas de la Universidad de Buenos Aires.
Para los amantes del cine, una joya: la Cinemateca Argentina determinó que esta película es el primer filme argentino que se conoce, antecedente que fue corroborado por las cinematecas de París y Bélgica como el primer documento fílmico de una cirugía a nivel mundial.
“Existe el Oscar. Deberían inventar el Premio Posadas”, sugiere alguien mientras podemos ver la filmación como si fuera una de Chaplin.
El escudo del Hospital de Clínicas, en el museo allí ubicado. La idea es exhumar, exhumar, exhumar. Un microscopio que compró Ignacio Pirovano en Francia en 1873. Fotografías de una operación hecha por el mismo Pirovano, cuyo asistente en la intervención fue Juan B. Justo. La muestra está llena de nombres propios que conocemos por su posteridad pública en forma de calles y hospitales.
“Pirovano, en el ambiente médico, es padre de la cirugía argentina», dice el doctor Eduardo Scarlato, médico toxicólogo que en sus ratos libres, sin sacarse el uniforme, hace de guía de museo.
Aparatos que uno no tiene la menor idea. Antigüedades dignas de la feria de San Telmo. ¿Y esa cosa? «Con esto se medía la presión en la primera mitad del siglo XIX». Un cartel señala: el museo podrá ser visitado los días «martes, miércoles y jueves de 9 a 12 horas». Hay dirección de mail: [email protected].
El paciente Horacio Quiroga
Aquí vino a parar el escritor Horacio Quiroga. Le leyenda cuenta que, viviendo en Misiones, regresa a Buenos Aires en 1936 por problemas de salud. El creía que se trataba de una infección urinaria. Le diagnosticaron un cáncer de próstata terminal.
Estuvo internado en el Clínicas y cuando la situación empeoró, el escritor se las ingenió para procurarse una dosis de cianuro con la que se envenenó. «Para algunos se mató en una cama del hospital y fue encontrado sin vida aquí», cuentan. «Otros dicen que eso es un mito y que murió a pocas cuadras, en una pensión».
Los médicos lo documentan mostrando pruebas evidentes de la segunda versión. “El suicidio se llevó a cabo en su domicilio y no en el Hospital de Clínicas: el certificado médico de la Policía deja constancia de una dirección que no es la nuestra”.
Parece que el doctor Finochietto (conocidísimo sanatorio) era un tipo de lo más imaginativo que inventaba sus propias jeringas. Detrás de un vidrio vemos un ejemplo: la “jeringa tijera”, una inyección metálica que lleva su nombre y tiene el tamaño exacto para que entraran exclusivamente sus dedos.
Hubo tangos dedicados al Hospital de Clínicas. Hay uno que se escucha de fondo. Por acá pasaron todas las eminencias médicas del país. Luis Agote -actualmente calle y clínica- es famoso por haber salido de esta institución luego de inventar la transfusión de sangre.
Libro de Guardia de 1882: uno de los primeros pacientes presentaba síntomas de “Nostalgia”.¿Y esa foto hot? Entre paréntesis, una especie de semi desnudo artístico retratado en blanco y negro. “Era parte de las historias clínicas de Posadas, nuestro héroe. Lo que ves ahí es su libro de la sala de internación quirúrgica”.
Por el Clínicas circulan más de 10.000 personas por día entre pacientes, familiares, médicos, docentes, alumnos y el resto del personal. De ahora en más la cifra aumentará contando los visitantes del museo. También se practican unas 8.000 cirugías y se reciben alrededor de 1.500 alumnos de la UBA que cursan en 30 cátedras de Ciencias Médicas y de Farmacia y Bioquímica.
“Pensamos que es un buen momento para que esto también sea museo. Se lo merece -opina Scarlato-. El Clínicas fue reconocido como uno de los mejores en un ranking internacional. Es más, obtuvo el primer lugar entre los hospitales públicos por contar la mayor infraestructura”.
WD