En la cárcel de Devoto existe un pabellón para 80 adultos mayores. Todos tienen más de 50 años. Una de las mayores leyendas del lugar se remite a la mañana en la que un penitenciario llegó con la noticia de una orden de libertad. El afortunado no se alegró, y por eso la anécdota aún se recuerda. «Decía que no tenía un lugar donde ir. Era un paria, no quería irse», recuerda un guardiacárcel que presenció la escena.
En el mundo carcelario, y también en el ambiente de las «ranchadas» callejeras, a este tipo de personas se las denomina «carreros». Suelen ser del conurbano bonaerense y encontrarse en situación de consumo de drogas por distintos puntos de la ciudad de Buenos Aires, como Retiro, Once, Constitución, Bajo Flores o Barracas. Por lo general se instalan cerca de locales de compra y venta de metales y cartones, y de villas o zonas en la que se vende pasta base.
«El pibe chorro se droga para salir a robar. Y el carrero roba para drogarse». La comparación es de Leandro Halperín, abogado, ex legislador y especialista en políticas carcelarias.
Esta semana, «los carreros» estuvieron en la agenda mediática a partir de la detención de Isaías José Suárez (29), el hasta ahora único sospechoso de ser el homicida del ingeniero Mariano Barbieri (42). El crimen fue en la noche del 30 de agosto, en la plaza Sicilia, de Palermo, y en el marco de un robo. Barbieri recibió una puñalada en el pecho.
Suárez tenía prácticamente todas las características del «carrero»: registra un domicilio en Gran Bourg, de la localidad de Malvinas Argentina, pero vivía en situación de calle en la zona conocida como «el Fondo» del Barrio 31 de Retiro. Desde el 2012 hasta su última captura había sido imputado en 14 causas penales. La mayoría por robos y hurtos, aunque también por violencia de género y ley de drogas. Minutos antes del asesinato, las cámaras de seguridad lo tomaron revisando contenedores de basura. Al momento de su detención caminaba con un carro.
Halperín conoce la cárcel desde los 90, cuando comenzó a dictar clases en el Centro Universitario de la Cárcel de Devoto (CUD). Vuelve a las comparaciones: «En aquel entonces las prisiones eran un lugar de ladrones de profesión, violadores y homicidas ocasionales. El ‘carrero’ es una figura de los últimos años, producto de las adicciones. Son zombies«.
Isaías José Suárez, detenido por el crimen del ingeniero Mariano Barbieri, vivía en situación de calle en el Barrio 31 de Retiro. Y opina: «El Estado debería hacer algo más que quitarles la libertad y sancionarlos. Estamos ante un gran problema, que son los consumos problemáticos. Mínimamente deberían ser tratados como enfermos durante su estadía por la cárcel».
«Vuelven locos a los enfermeros para pedirles psicofármacos», retoma el penitenciario de Devoto. «A nosotros nos viven pidiendo cigarrillos. Todo el día. Son predispuestos a hacernos favores como ir a buscar a un preso al fondo del pabellón a cambio de un cigarrillo. Llevo 15 años en Devoto. Tengo ‘carreros’ muy puntuales que veo entrar y salir desde mis primeros meses hasta hoy«.
Es el turno de la descripción de un preso que cumple su segunda condena, y que convivió en pabellones de Ezeiza, Devoto y Marcos Paz con «carreros».
«La mayoría no se quiere bañar, pero nosotros los obligamos a ir a las duchas. Como no los visita nadie no les queda otra que comer la comida de la cárcel, que es horrible. Se juntan entre ellos y hacen las peores tareas del pabellón, como sacar la basura o limpiar las cloacas o lavar ropa de otros. Los he visto juntar colillas de cigarrillos. Unos pocos se unen a los narcos y pelean por ellos a cambio de un poco de droga. Son sus soldados», describe.
En la mayoría de los pabellones los «carreros» solo pueden compartir mesa con «carreros». Es una «política carcelaria» de los presos, que los quieren lejos.
Otro detenido comparte su visión desde el centro universitario donde estudia Sociología: «El ‘carrero’ es el viejo ladrón de gallinas. Con la particularidad de un contexto donde la droga avanzó de manera exponencial. La adicción hace que salga a robar teléfonos para cambiarlos por droga».
La zona del Barrio 31 que suelen frecuentar los carreros.Foto Maxi Failla En esa lógica, la pasta base representaría al hambre del ladrón de gallinas. Lo que lo motiva a robar. La abstinencia de droga, en la cárcel, los hace «volverse locos» por las mermeladas.
La ruta del acusado de matar a Barbieri
El jueves al mediodía, Clarín recorrió la calle Padre Carlos Mujica, de Retiro. Es la misma ruta que tomó Suárez tras asesinar a Barbieri. Una brigada de la División Homicidios de la Policía de la Ciudad reconstruyó su fuga en base a imágenes de las cámaras. Mujica es la «salida» a Palermo. Siempre por esta calle, y antes de llegar al Barrio 31, está el asentamiento Saldías.
De una vereda, la vía del tren. De la otra, casillas, contenedores abandonados, mugre, chozas de plástico a la altura de la autopista, un colectivo de línea abandonado. El único movimiento del mediodía es en la chatarrería donde frenan los «carreros».
La calle Padre Carlos Mujica, la ruta que hizo Isaías José Suárez después del crimen. Foto Maxi Failla Aquí, se dice, Suárez vendía sus cosas. Con efectivo, su próximo destino era el de siempre: llegar a «el Fondo» del Barrio 31, a unos 200 o 300 metros por la misma calle, y comprar droga. Durante la recorrida, Clarín se cruzó con varias personas en su misma situación. Algunas estaban quemando cables, bronce y otros metales. La sensación es que por esta cuadra solo caminan los que van a comprar droga o los que son del barrio. Nadie más.
«Hasta hace un tiempo el ‘carrero’ era más de la zona sur de la ciudad», retoma Halperín. Y va más hacia atrás: «En un principio hacían lo mismo en el conurbano. ¿Pero qué pasa? En la provincia los linchaban seguido. La ciudad, en ese sentido, es más segura para ellos. Son gente sin arraigo, sin familia. Quedaron solos por sus adicciones. Y ahora se están corriendo hacia el norte de la ciudad».
Dos jóvenes caminando por la calle Mujica. Foto Maxi Failla El «comedor del Fondo», donde se alimentan muchos de los «carreros» que paran sobre Mujica y el «fondo» de la 31, hace una reseña del ambiente y sus «vecinos» en su página web.
«Las ranchadas de los chicos en situación de calle y consumo constituyen un ámbito de desolación, degradación, abandono, violencia y muerte que de antemano parece infranqueable. La falta de esperanza de cambiar esa situación es enorme. Esto genera un desánimo que casi inconscientemente ahoga y paraliza cualquier intento por revertir esa situación. Acercarse, visibilizar y permanecer junto a los chicos fue y es el desafío y el camino para ganarse su confianza y construir juntos algo distinto a todo lo que allí se vive», se lee.
En las cárceles prácticamente no existen programas de desintoxicación o espacios de tratamiento para los miles que padecen las adicciones.
«La cárcel no solo que no los trata. Además, los vuelve más violentos. Salen peor, resentidos, rotos. Afuera usan cuchillos porque en una pelea llevan las de perder, de lo débiles que son. La conclusión es que seguimos generando personas con profundo desinterés por la propiedad privada y física del otro. Y el desinterés empieza por el desinterés propio«, reflexiona Halperín, sobre Isaías Suárez y los miles de «carreros» que transcurren sus días en las cárceles y en ranchadas de la ciudad, a la vista de todos. Aunque solo se vuelvan visibles en semanas como la que pasó.