Cae la tarde y el frío penetrante se siente en el Parque 3 de Febrero, a la altura del Lawn Tennis Club, frente al Lago Regatas, sobre la Avenida de los Ombúes. Pese a la gélida sensación térmica y al inminente anochecer, hay mucho movimiento, no sólo de tránsito, sino también de gente: runners, paseadores de perros, parejas, jóvenes y adultos que practican footing. Y más allá el paisaje nuclea a un grupo de tres o cuatro muchachos, semitapados, sentados en un banco y observando la pasarela descripta.
Miriam y María José son dos amigas habitués de esta zona, donde cada mañana vienen a correr y hacer ejercicios físicos desde hace años. Vecinas del barrio de Belgrano, citaron a Clarín para mostrar dónde una de ellas fue víctima de un robo justo el jueves pasado, cuando se conoció el asesinato del ingeniero Mariano Barbieri (42), a quien le asestaron una puñalada mortal en el corazón.
También para constatar la nula presencia policial y la aparición, «tanto a la mañana temprano como a la caída del sol, de grupitos sospechosos de jóvenes que merodean los bosques y roban en el área con total impunidad».
Clarín caminó la zona durante una hora y media junto a María José y Miriam, quienes por temor prefirieron no mostrar sus caras ni dar sus apellidos. «Acá venimos solas y como verás no hay a quién recurrir». Recorrimos la Plaza Florencia Sánchez, cercada por las calles Agustín Méndez y Avenida de los Ombúes, a metros del club GEBA.
«No somos miedosas, pero fijate lo que es esto, mirá, ¿ves algún polícía? Desde que me robaron estoy inquieta, nerviosa, no puedo ni siquiera hacer gimnasia concentrada, te juro, me siento desprotegida, indefensa, no me reconozco», sufre María José, traductora pública y madre de dos hijos.
Mariano Barbieri (42), el ingeniero civil asesinado en Palermo.El jueves 31 de agosto, a media mañana, después de entrenar y cuando la muerte de Barbieri conmocionaba a la opinión pública, la mujer se encontró con su auto -estacionado sobre Avenida de los Ombúes- destrozado justo frente al Lawn Tennis.
«Tenía alarma que la desactivaron y el vidrio polarizado antivandálico estallado, cuando vi todos los pedacitos en la vereda casi me infarto, me paralicé primero y luego entré al auto y advertí que me habían robado los documentos, dinero, tarjetas y las llaves de mi casa. Me estaban relojeando, seguro… Desde entonces estoy padeciendo un trastorno, porque estos atorrantes me utilizaron la tarjeta para hacer transferencias en dólares», dice.
«Me destrozaron el auto y robaron lo que estaba adentro, que fue un trastorno», describe María José (a la derecha), junto a su amiga Miriam.Se agarra la cabeza por lo que fueron los últimos días. «Trámites por todos lados, llamados a la tarjeta de crédito para anular la tarjeta, gestionar la renovación de la licencia de conducir, avisar al administrador de mi edificio que me habían robado las llaves… Hubo que cambiar la cerradura y me convertí en la vecina más odiada. Todo es una complicación, vivir así es insoportable, no poder venir a un lugar emblemático como éste, o no animarse ya es demasiado. La denuncia no la hice, la verdad, porque estaba harta de hacer trámites y perder más tiempo en una comisaría para que no aporten una solución me ponía todavía peor».
A la conversación -durante una caminata- junto a la bicisenda, pegada ql Lago Regatas, se suman dos mujeres que están paseando su perro. «Justo le estaba diciendo a mi hija que ya deberíamos ir pegando la vuelta porque está oscureciendo y el ambiente se pone heavy, aunque vemos mucha gente, pero ni un policía», comparte Andrea, que vive en Avenida Cabildo. «Y le comentaba a ella que cómo después de lo del ingeniero no pusieron algo de seguridad, porque fijate, no hay un policía«.
«Stefy», la hija adulta, agrega: «Está clarísimo que la zona está liberada, sino, es inentendible. Hasta yo sé que esos pibitos que están allá -señala a otro grupito en una arboleda a 50 metros- no sólo están fisurados, sino que venden droga y seguro te chorean«.
«Nos convertimos en una sociedad anestesiada. ¿Qué nos pasó?», se culpan las amigas Miriam y María José.La charla sube de tono a pesar de que las cuatro mujeres coinciden. «El ambiente se ha deteriorado y pauperizado mucho en el último año y medio, esto no era así antes de la pandemia. Nosotros no somos miedosas, yo por lo menos, pero la sensación de desprotección me invade como nunca antes», define Miriam.
La bronca de estar paralizados como sociedad
«¿Qué nos pasa, por qué no hacemos nada? -interrumpe Andrea-. Estamos anestesiados como sociedad. El asesinato del ingeniero, en otro momento, hubiera provocado que miles salieran a la calle y ahora lo vemos como algo normal, esperando quién es el próximo, haciendo zapping en casa entre Tinelli y un asesinato. Nos hicieron mierda como sociedad». Asienten María José y Miriam: «Estamos paralizados, sí es como decís vos, los porteños estamos anestesiados, sin reacción, ni para cacerolear hay energía. A veces da la impresión que es más indiferencia que miedo».
¿Qué no pasa, por qué no hacemos nada? Estamos anestesiados como sociedad
Una pareja viene caminando empujando el carrito con un bebé. Lo hacen a paso acelerado. Se les consulta al pasar si frecuentan la zona. «Sí, vivimos a diez cuadras de acá, pero hoy salimos un poco más tarde de nuestros trabajos y nos retrasamos. Pero ya volvemos, no nos gusta estar tan tarde, porque aquí hay poquísima luz y nada de seguridad», dice el hombre que se detuvo, a la distancia y con algo de desconfianza, a responder la consulta.
Otro señor sesentón, con auriculares, aporta más despreocupado: «Yo me muevo en sintonía al movimiento que hay de gente. Cuando veo que disminuye, regreso a casa».
Durante la caminata con Miriam y María José aparecieron otros vecinos que coincidieron en el diagnóstico: «La zona está claramente liberada».La caminata se direcciona hacia una clase de gimnasia. Un profesor -que no quiere brindar su nombre- está terminando un ejercicio en el que nueve personas están elongando. Se les pregunta sobre si frecuentan la zona a esta hora y el profe es la voz cantante.
«Adelanté los turnos de la tarde, porque muchos me lo han pedido por temor a un posible robo. Y yo que me quedaba hasta las 8 de la noche dando clase, ahora trabajo hasta las 7 de la tarde. Sin duda hay temor, especialmente después de lo que pasó la semana pasada». Un señor que inhala y exhala para la oreja: «Yo miro con un ojo al profe y con otro los alrededores. Hago que me relajo pero no tanto», confiesa.
«No hay un puto cana», la queja de las mujeres.Un cóctel de sensaciones transmiten Miriam y María José. «¿Vos te das cuenta que cada vez se pueden hacer menos cosas en esta ciudad? Salimos de la pandemia donde nos obligaban a estar encerrados y ahora la inseguridad galopante no nos da opción. Lo que antes era un voto seguro, ahora tengo muchas dudas en lo que haré en octubre», hace saber Miriam, que vende equipamientos de cocina.
«¿Tenés llegada a Larreta estando en Clarín? Le podrías decir la decepción que sentimos con su gobierno. Me tiene podrido con las florcitas, los canteritos y todas esas boludeces. Necesitamos policías a esta hora y a la mañana temprano. Po-li-cí-as», pierde la paciencia María José.
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La secuencia integrada de varias cámaras de seguridad que registraron el paso de Isaías José Suárez
Verborrágicas y visiblemente alteradas necesitan hacer catarsis. Está oscureciendo y cada vez se divisa menos gente. El frío, también, persuade a concluir la jornada. «¡Mirá allá, mirá, mirá esos tipos que nos miran! Están a la pesca, ¿los ves? Y saben que no hay un puto cana… Somos un montón de personas expuestas a que suceda cualquier cosa. Es una ruleta rusa y no da para más. Que me venga a decir Larreta con sus registros que somos la ciudad más segura de Latinoamérica… Nos trata de boludos, qué falta de respeto. Que la corten con las flores, los canteros y los polos gastronómicos para los amigos”.
«Este es el triángulo del temor«, grafican las mujeres. «Comprende las calles Méndez y Ombúes, que desembocan hacia allá, que está Figueroa Alcorta», orienta María José. «A la mañana y a la tarde está lleno de vagos que te quieren vender algo de prepo, les decís que no y te piden plata y cuando se juntan tres o cuatro directamente te encaran y te afanan… y no tenés escapatoria. Lo vi yo con mis propios ojos», levanta la voz la damnificada.
«El otro día a una chica paseadora de perros la vi llorando de impotencia. Estaba mandando un mensaje tipo nueve de la mañana y le afanaron el celular. Y ella me decía que lo sacó porque la estaba llamando una clienta. Pobre piba, qué angustia».
EMJ